Lo dijo Ana Laura Mercader en relación a los padecimientos vividos, a las ausencias siempre presentes, a las injusticias, a lo traumático.
El Tribunal Oral en lo Criminal Federal N° 1 de La Plata, integrado por Karina Yabor, Ricardo Basílico y Andrés Basso avanzó este jueves 31 de octubre con la etapa testimonial del tercer tramo del juicio que investiga los hechos de lesa humanidad perpetrados en la Comisaría 5°, que funcionó como centro clandestino de detención durante la última dictadura cívico militar.
En esta undécima audiencia del tercer tramo del juicio, en el que la Subsecretaría de Derechos Humanos de la Provincia es querellante, son los represores José Ignacio Saravia Day, Jorge Antonio Bergés y Pedro Raúl Muñoz los que están acusados de perpetrar delitos de lesa humanidad sobre más de 112 víctimas.
En exteniente José Ignacio Saravia Day está acusado por la privación ilegal de la libertad agravada y aplicación de tormentos a los conscriptos José David Aleksoski -desaparecido-, Juan Ignacio Araujo y Roberto Campos; el expolicía Pedro Raúl Muñoz, por crímenes contra 110 víctimas (por privación ilegal de la libertad, aplicación de tormentos y sustracción, retención y ocultamiento de menores de diez años de edad; y el exmédico policial Jorge Antonio Bergés, por la privación ilegal de la libertad y los tormentos aplicados al desaparecido Jorge Julio López, quien permaneció secuestrado en la Comisaría 5°.
En esta oportunidad testimoniaron de modo presencial Ana Laura Mercader, quien es hija de Mario Miguel Mercader y de Anahí Silvia Fernández, ambos militaban en la organización Montoneros y fueron secuestrados en La Plata el 10 de febrero de 1977; y de modo virtual, Marta Abachian, hermana de Juan Carlos Abachian, apodado “El armenio” y oriundo de Mar del Plata, que fue secuestrado el 27 de diciembre de 1976 en la ciudad de La Plata.
Conmocionada en el transcurso de todo su testimonio, Ana Laura Mercader describió con detalles lo sucedido el día del secuestro de sus padres por una patota de las fuerzas represivas de la útima dictadura cívico militar, el recorrido que hicieron luego sus abuelas para averiguar el paradero, como también los padecimientos posteriores que sufrieron con su hermana y su entorno familiar.
En 1977 Ana Laura tenía entonces dos años y medio, por lo cual dijo “tengo muy vagos recuerdos, casi les diría fotográficos, de estar agarrada a una cortina color turquesa, y tengo imágenes de algunos rostros”, empezó narrando.
El día del secuestro estaba con su madre y su hermana María de 4 meses, en la casa donde vivían en el barrio Tolosa de la ciudad de La Plata, cuando la patota de veinte hombres irrumpió a las 7 de la mañana rompiendo la puerta del domicilio. En ese momento, al llegar al lugar, secuestraron también a la persona que las cuidaba, Mari Cambiaso que tenía 17 años y quedaba a cargo de ellas cuando su madre se iba a trabajar a una boutique del centro. Su padre era técnico electricista y ya había salido a trabajar.
De ese modo, en base a toda la información que fue recabando su familia sobre lo sucedido, los represores se quedaron esperando a su padre, que “llegó en su moto junto con un compañero apodado como ´el Piraña´, y que luego con el tiempo supimos que se llamaba Rafael Pedreira, hace muy poco supe del apellido de él, mi mamá le grita a mi papá para que salgan corriendo. Al lado de la casa había un descampado, él intenta saltar el muro y le pegan un tiro en una pierna. A Rafael lo tiran al piso y le empiezan a hacer preguntas de cómo conoce a mi mamá y a mi papá”.
Luego del secuestro, Mari Cambiaso y su padre llevaron Ana Laura y María hasta su casa, ubicada a dos cuadras de ahí, en 524 y 117, y se comunicaron con su abuela para que vaya a buscarlas.
Posteriormente, Mari y su padre, que había ido a la casa de la familia Mercader a preguntar qué estaba sucediendo, reconocieron que fue Ramón Camps quien se presentó en el lugar, comandaba a los represores e interrogó a ambos. Y que cuando la patota le preguntó qué hacían con las nenas, le dijo al padre de Mari: “llevatelas, regalalas, tiralas, hacé lo que quieras”.
“El recuerdo que yo tengo, que tuve durante muchos años, es que en esa casa había un cumpleaños. Cosa que no era así pero que al ver tanta gente mi imaginación supuso que era un cumpleaños. Y era los vecinos del barrio que estaban reunidos y muy alborotados por los acontecimientos”, expresó Ana Laura.
Finalmente, relató la búsqueda incansable de sus dos abuelas, que llevaron a cabo diversos trámites y gestiones en organismos e instituciones, desde Habeas Corpushasta presentaciones en el Ministerio del Interior y en el Arzobispado de Buenos Aires. Pero también por información informal que habían obtenido, buscaron en distintos neuropsiquiátricos, y luego lo hicieron en la CONADEP.
Así, cuando en el año 2008 se hizo la campaña de donación de muestras de sangre al Banco Nacional de Datos Genéticos en el marco del trabajo de búsqueda y reconocimiento del EAAF, y se pudo cotejar y entrecruzar los datos con los restos que el Equipo había encontrado, se identificaron en el 2009 los restos de Mario Mercader y de Anahí Silvia Fernández.
Los restos, junto con muchos otros, habían sido recuperados por el EAAF en el año 2000; Mario Mercader había sido exhumado en los ‘80 por la policía y los bomberos del Cementerio de Rafael Calzada y llevado a la Policía Pericial, y había sido clasificado en el cementerio como muerte en enfrentamiento –que era lo que hacían las fuerzas represivas para encubrir los asesinatos- y sus restos estaban junto a los de otros desaparecidos; mientras que Anahí fue encontrada en el Cementerio de Avellaneda como NN.
“Cuando uno viene a declarar, pienso en lo traumático es para nosotros, los hijos, y vuelve a pensar en el dolor que sufrieron ellos, en sus preocupaciones por nosotras que éramos tan chiquitas. Pero hoy me gustaría hablar de lo traumático tras generacional, lo traumático que es también, para los hijos de los hijos. No lo digo solamente por mis hijos, lo digo porque puedo verlo en los hijos de mis compañeras y mis compañeros, y es algo que se traslada d generación en generación”, dijo consternada Ana Laura.
“Siempre intenté en los juicios no llorar, pero hoy siento ganas de llorar por los 30 mil, ganas de llorar por mis hijos, por no tienen sus abuelos, por todos esos años que no tuve a mis padres, por todos los que pudieron declarar y tuvieron que pasar por todo lo que pasaron. Y todo esto lo digo porque, ya pasados 48 años de algo tan traumático, todavía seguimos transitando los juicios sin que se unifiquen las causas, viendo cómo muchos de ellos se mueren en sus casas, festejando sus cumpleaños mientras Palito Ortega les canta canciones. Y sin embargo seguimos luchando, como lo hicieron y hacen las abuelas, las madres, como lo hacemos los hijos y como vemos que nuestras generaciones venideras también lo hacen, nuestros hijos, a pesar del dolor, de la ausencia, a pesar de lo traumático”.
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En segundo lugar, de modo virtual testimonió Marta Abachian, que tenía 14 años cuando las fuerzas represivas de la dictadura cívico militar secuestraron en La Plata a su hermano Juan Carlos el 27 de diciembre de 1976.
Juan Carlos tenía 26 años, estaba casado con Marcedes Loyarte con quien tenían una hija de meses de edad llamada Rosario, jugaba al rugby, estudiaba derecho en la UNLP y militaba en la JUP y Montoneros.
Aparte de la “Comisaría 5°”, Juan Carlos fue visto en los Centros Clandestinos de Detención “Destacamento de Arana” y Pozo de Banfield”.
“Yo siempre digo que a nosotros la dictadura nos llevó dos hermanos, no sólo a Juan Carlos que desapareció el 27 de diciembre del 76, también a mmi otro hermano, Miguel Ángel, porque no pudo creo elaborar todo esto y en el 2005 falleció de cáncer. Yo lo pude sobrellevar pero la verdad es que las consecuencias son muchas. Toda la vida esperando que aparezcan o poder saber algo. Siempre mucho recorrido, mucha incertidumbre y mucho dolor padecido… por más que pasan los años, es desde el 76 que estamos padeciendo esto”, expresó Marta muy conmocionada.
La próxima audiencia quedó programada para el jueves 7 de noviembre a las 11 hs y prestarán testimonio Miguel Laborde y Santiago Laborde.