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CAMPO DE MAYO

Nueva audiencia del juicio de lesa humanidad

En el debate oral y público se juzgan los delitos cometidos por tres represores y la Subsecretaría de Derechos Humanos es querellante en este proceso judicial.

Viernes 15 de Noviembre 2024
Nueva audiencia del juicio de lesa humanidad
Lesa humanidad

El Tribunal Oral Federal N°1 de San Martín, a cargo del juez Daniel Omar Gutiérrez y de las juezas María Claudia Morgese y Martín y Silvina Mayorga comenzó este martes 29 de octubre con el tramo 17° de la Megacausa que investiga judicialmente los crímenes de lesa humanidad cometidos en Campo de Mayo durante la última dictadura cívico militar.

Los cargos que se le  imputan a los dos militares retirados Pacífico Luis Britos, Horacio Rafael Sánchez y al ex comisario Carlos Daniel Caimi son por secuestros, torturas, homicidios y abuso sexual perpetrados sobre decenas de personas dentro del territorio que funcionó como la Zona 4 de Defensa, que tuvo como cabeza táctica y estratégica a la guarnición militar de Campo de Mayo.

 

El primer testimonio fue de la sobreviviente María Paola Garello, hija de Luis Lorenzo Garello, que hoy tiene 52 años y dijo que hace 17 espera poder narrar lo sucedido con su padre, “de cómo Britos y su gente, de cómo otros también que no están en el banquillo de los acusados llevaron a cabo un plan sistemático de exterminio que lo tenía a mi padre y a tantos en otros en la mira”, empezó diciendo Paola.  

Luis Lorenzo Garello fue secuestrado y desaparecido, en la calle Balcarce entre Ameghino y Coletta de la ciudad de Campana, el 25 de agosto de 1976. Tenía 32 años, había estudiado en Mendoza, su ciudad natal, Ciencias Políticas, trabajaba en la empresa química Petrosur, se había trasladado a la planta de Campana como parte de un ascenso  y proyectaba la creación de un sindicato de supervisores petroquímicos y personal jerárquico junto a su compañero Silvio Toniolli.

A su vez, también Luis Lorenzo se desempañaba como bedel en la UTN Regional Delta y llevaba a cabo cursos de formación sindical a futuros egresados de la carrera de ingeniería y militaba en la columna 17 de Montoneros en el área sindical.      

Sus restos fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) en 2010 y sus restos exhumados en el Cementerio de San Andrés de Giles, Bs. As.

“El 25 de agosto de 1976 fue la fecha que para nosotros es un antes y un después es la fecha donde nuestra vida dejó de ser lo que estaba planificado para hacer lo que este Exterminio en manos de las fuerzas armadas y civiles cómplices arruinaron nuestra vida…”, dijo Paola luego de hacer una.

Luego de hacer una introducción de los proyectos laborales y políticos de su padre, ese 25 de agosto de 1976, “Un grupo de tareas entra a mi casa de la de la forma más brutal.  Mi casa está ubicada en la calle Balcarce 672 de la ciudad de Campana, provincia de Buenos Aires. Este grupo de tareas entra en la madrugada, a la noche, en la oscuridad, donde todos dormíamos, donde interrumpe violentamente nuestro descanso, donde irrumpen en un allanamiento feroz y brutal, donde rompen puertas y ventanas, donde 15 o 20 personas, vimos entrar a mi casa, yo en ese momento tenía 4 años, mi hermano Pablo tenía 5 años y mi otra hermana Cecilia, tenía 2. Y mi mamá estaba embarazada, recuerdo de esa noche, la más espantosa de mi vida que mi papá y mi mamá estaban los tenían contra la pared un grupo de uniformados del ejército, que los apuntaban con fusiles, a mi mamá le apuntaban con un fusil en la espalda y otro en la panza. Recuerdo la desesperación de mi papá a los gritos pidiendo que no nos hicieran nada, que no nos lastimaran, recuerdo en el medio de esa cocina, que ahora la veo y no era tan grande, pero en ese momento para mí era inmensa. Me recuerdo en el medio de esa cocina con un militar apuntándome en la cabeza a una niña de 4 años, con un fusil en la cabeza”, dijo entre lágrimas Paola.

Hizo una breve pausa y continuó recordando que su hermana que también se acercó a mí ella “pidiéndole una mamadera a mi mamá y otro militar poniéndole un fusil en la cabeza. Recuerdo que le di la mano y se la apreté fuerte, porque no entendía qué pasaba pero sabía que algo malo estaba sucediendo. Recuerdo la desesperación de mi papá y un par de gritos que sonaban a gente que daba órdenes, que le gritaban que entregara las armas. Armas que nunca existieron en mi casa, que nunca estuvieron. Y que revolvieron todo, nos robaron, no solamente a mi padre sino que robaron bienes personales, se llevaron libros, y ese esa persona que oficiaba de jefe, que daba las órdenes en un momento le ordena a mi mamá que nos agarrara a mí y a mi hermana y nos llevara a la habitación matrimonial. Cuando le dan esa orden a mi mamá les dice que mi hermano Pablo de 5 años estaba en su habitación. Le dan la orden de que la fuera lo fuéramos a buscar, vamos a buscar a mi hermano a su habitación y también recuerdo que estaban las ventanas de su pieza abierta, que había un hombre prácticamente parado encima de él, trepado a su cama sacando libros que había en la parte superior de un placar.  Recuerdo que todo el desorden y caos de militares que estaban adentro de mi casa que iban y venían, entraban y salían. Nos vamos a la habitación de mis padres y le dicen a mi mamá de que nos quedemos ahí. Nos encierran y nos dicen que recién podíamos salir cuando no escucháramos nada. Esa fue la última vez que lo vi a mi papá…Ese fue el último momento que compartimos juntos. Un día de espanto, un día del horror, un día de saqueo, de robo, y donde desde ese día nuestra vida pasó a ser otra”.

Finalmente, dijo que esto también era parte de todo un proceso de trabajo e investigación que hicieron  a partir del 2007 que junto con Sofía Belaustegui y más tarde con otras compañeras como Daniela Velázquez y Zulema Contín del gremio SUTEBA, cuando se constituye como querellante, como hijos de desaparecidos, y empiezan a investigar todo lo que había sucedido no sólo con su padre y Toniolli sino también con “otros compañeras y compañeros detenidos desaparecidos de Campana y Zárate en la zona que se denominó el Área 400”; y agregó que fue donde luego la perito Claudia Belingeri afirmó que la orden castrense fue hacer foco en la actividad gremial y sindical.  

Y solicitó que se investigue más fuertemente los archivos DIPPBA, “las responsabilidades en las comisarías de Campana y de Zárate, las responsabilidades empresariales que hay en el caso de mi padre, porque no puede sentarse en el banquillo de los acusados tan pocos actores teniendo en cuenta de que acá hubo un plan sistemático de exterminio”.

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En segundo término declaró de modo virtual desde San Juan, Pablo Garello, hijo de Luis Lorenzo y reafirmó lo narrado por su hermana y recordó el vínculo y experiencias que había compartido con su padre, desde la pasión por el boxeo y el futbol a una foto que se sacaron con Ringo Bonavena en Plaza de Mayo. A su vez, relató las diversas imágenes violentas que sufrió la familia el día del allanamiento y secuestro de su padre.  

“En las navidades y año nuevo eran, festejadas, si se quiere poner el nombre festejo, eran conmemorados siempre por la vuelta de papá a casa. Durante muchos años de mi infancia me daba vergüenza decir que era hijo de un desaparecido. Lo mencionaba como que estaba muerto. Sí, estaba muerto, pero después con el tiempo nos enterábamos que papá estuvo muerto porque lo asesinaron”, dijo muy conmocionado Pablo.   

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Finalmente, se escuchó el testimonio de Oscar Ángel Vallejos, quien era trabajador de la fábrica metalúrgica Dálmine a la vez que estudiaba en la otrora Universidad Obrera y que luego Frondizzo le cambio el nombre a Universidad Tecnológica Nacional, y fue amigo de Toniolli, ya que fueron compañeros del colegio industrial de Zárate y de militaron juntos en el Centro de Estudiantes. 

Oscar relató su experiencia militante previa a la dictadura y Toniolli ya trabajaba en Petrosur y habían logrado una sede y otros avances producto del diálogo fluido que tenían con el rector de la Universidad.

De este modo Oscar fue avanzando en el relato de modo cronológico y recordó el secuestro de Toniolli al otro día de llevarlo a la casa luego de rendir una materia de tercer año de la universidad y cómo en una comisaría primero aceptaron que estaba detenido en el lugar pero al otro día lo negaron rotundamente y los amenazaron para que no signa la búsqueda, y que de ese modo, en una búsqueda desesperada fueron a verlo al obispo de Zárate y Campana, Monseñor Rey, y le dijo a la madre: “señora, por favor no vaya más al Área 400 porque eso es un nido de víboras, de criminales y asesinos. Así que ahí no va a conseguir nada. Yo le aconsejo que se reúna con personas que se encuentren en la misma situación.  Y así se agrupó con las Madres de Plaza de Mayo”.