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COMISARIA 5° III

"A VECES SUEÑO, MIS PESADILLAS TIENEN QUE VER CON QUE NO ME CREEN”

Lo dijo Claudia Favero en la quinta audiencia del juicio en relación a las torturas recibidas y la insistencia de los represores en obtener información que desconocía.

Lunes 26 de Agosto 2024
"A VECES SUEÑO, MIS PESADILLAS TIENEN QUE VER CON QUE NO ME CREEN”
Declaración de Claudia Favero

La Subsecretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires es querellante en el juicio que está a cargo del Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°1 de La Plata y este jueves 22 de agosto se avanzó con la etapa testimonial.

El subsecretario de Derechos Humanos de la Provincia, Matías Moreno estuvo presente de la audiencia junto a estudiantes de nivel secundario y terciario que participaron del juicio como parte del programa “Yo fui a los juicios con mi profe”, que es impulsado por las direcciones de Promoción y Formación en Derechos Humanos, y Querellas por Crímenes de Lesa Humanidad y Leyes Reparatorias de nuestra Subsecretaría.

El primer testimonio fue de Alejandra Verónica Santucho, hija de Rubén Santucho y Catalina Ginder, ambos desaparecidos, y hermana de Mónica, también desaparecida en 1976.

La familia era oriunda de Bahía Blanca y sus padres militaban en la Juventud Peronista y en Montoneros cuando unos meses antes del golpe se mudaron a la ciudad de La Plata, a localidad de Melchor Romero. A su vez Rubén era militante sindical, trabajador portuario en Bahía Blanca.

Así, Alejandra tenía 10 años cuando secuestraron a sus padres en la casa donde vivía con su hermana mayor de 14 años y su hermano menor 2. Y también había un bebé que cuidaba su madre y era hijo de una joven pareja que también vivía con ellos.

De este modo, Alejandra empezó relatando los hechos acaecidos el día del secuestro y asesinato: “Eran aproximadamente las cinco de la tarde, yo estaba afuera jugando con una vecina en mi casa, y siempre repito la misma frase pero realmente fue así, de repente, como si fuese una película, de la nada, del silencio absoluto se produce un griterío, empiezan a gritar de todos los lados, habían rodeado la manzana y se acercaban a nosotros, soldados personas civiles, todos armados y nos gritaban métanse adentro. Y la madre de mi amiga alcanza a agarrarnos de la mano y nos mete adentro de la casa de ella. Y automáticamente yo veo como se cierran los postigos de mi casa y empiezan a disparar hacia mi casa. Entonces mi madre gritó que dejen de disparar que había niños y frenan. Yo ahí me le escapo a mi vecina y quedo de frente a mi casa y veo la escena. Veo a mi hermana mayor salir de casa con mi hermano menor de la mano y en brazos el bebé que cuidaba mi madre. Entonces gente de civil y los policías le sacan a mi hermano y al bebé, los llevan a la casa de al lado, a ella la encapuchan y la suben a un auto y empiezan nuevamente con los disparos”.

Muy conmovida, Alejandra describió las escenas en forma cronológica sobre cómo fueron sucediendo los hechos posteriores a ese momento e hizo una pausa cuando actualizó cómo había quedado su casa luego del allanamiento llevado a cabo por la Policía Federal, la Policía Provincial y el Ejército. “Se veían los ladrillos, no había quedado revoque, no había puertas, no había ventanas, y dentro de los ruidos que se habían escuchado, yo luego también supe, que habían tirado granadas adentro de la casa porque habían, literalmente, reventado la casa. La casa estaba reventada. En ese momento, ellos no sabían que yo pertenecía a esa casa. Y yo lo escuchaba a mi hermano llorar a los gritos de la casa de al lado…entonces me cruzo y ahí ellos registran que yo pertenecía a la casa. Bueno y los vecinos estaban muy asustados, conmocionados. Fue un operativo exagerado: había helicópteros arriba, había camiones y multitud de gente, y en mi casa había sólo dos adultos. Entonces me encuentro con mi hermano, en una tercera casa de la esquina donde nos deja el ejército. Esto fue viernes, 3 de diciembre, fue a la tardecita que le dicen a la señora que nos dejan ahí. A la noche, viene el ejército, viene un hombre con voz de mando, y escucho que le dice a la señora que nos tienen que cuidar y que el lunes nos iban a venir a buscar. Y cuando la señora le preguntó “¿y la hermanita, oficial?”. Le dijo: no, no se preocupe que la hermanita está bien, la llevamos para interrogarla”.

Luego, haciendo un paréntesis, recordó que a pesar de que tenía 10 años, ella se daba cuenta de lo que pasaba, ya que por ejemplo en el barrio decían que eran de Olavarría, que ella se llamaba Verónica, que sabía que desaparecían compañeros, que veía la angustia de los padres, cuando alguien venía y les contaba que habían desaparecido, compañeros de Bahía Blanca que habían venido a militar a la ciudad de La Plata y ya no estaban.

“Así que cuando le dijeron a la señora que nos venían a buscar el lunes, tampoco fue aliviador para mí”, expresó, y recordó con la cara de odio que la miró al otro día la supuesta Asistente Social que la interrogó en el patio de la casa y ella repitió el discurso que tenía preparado sobre su nombre y la ciudad de dónde venían.

“El domingo a la noche, antes de que se hiciera lunes de día, el Colo, junto con otros tres compañeros más, El Negro, Pajarito Martínez y Claudito Tolosa, que 20 días después lo desaparecen, golpean la puerta y escucho que le dicen a la familia que nos van a llevar. Entonces, no sacan de allí en un carro….yo digo compañeros de mis viejos pero eran muy jóvenes, tenían alrededor de 20 años, y bueno, nos sacan de ahí y nos salvan la vida, porque después del interrogatorio que me habían hecho el día anterior, yo con 10 años seguramente hubiera corrido la misma suerte que mi hermana, y mi hermanito con 2 sería uno de los chicos que busca Abuelas de Plaza de Mayo”, continuó Alejandra.

Fue en ese momento que empieza otra etapa, la de contactar a su familia y el encuentro con sus abuelos maternos y familia de Bahía Blanca, donde se fueron a vivir. Y luego el camino de la búsqueda y ver qué pasó con sus padres y sobre todo, cómo encontrar a Mónica y especialmente, lo que recuerda que les extrañó fue que en la cobertura mediática no se hacía referencia a su hermana, sólo nombraban a ellos dos y los padres. Y que la foto de su hermana había empezado a circular por todo el país, y su abuela empezó a buscarle explicaciones, y decía que quizás la soltaban cuando cumpla 14 años, que seguro la tienen pupila en una escuela. Pero luego cumplió 18 y nada, entonces pensó que con la vuelta de la democracia y la obligatoriedad de votar todos, entonces los iban a soltar y ahí iban a aparecer los padres viejos y la hermana.

Fue recién con el Juicio a las Juntas Militares de 1985 que escucharon por primera vez, por detenidas y detenidos que dijeron haber estado con Mónica en los CCDTyE Arana y en Comisaría 5°.

De este modo, Alejandra dedujo que esa información les llegó por la APDH de Bahía Blanca, que se conformó en esa localidad y trabajó arduamente en la investigación, pero supo que “alguien había declarado en el juicio a las juntas que había estado con Mónica, y ellos lo recordaban como algo incluso más terrible que lo que les había pasado a ellos. Porque era tan chica, recordaban que era una niña de entre 12 y 13 años, que había sido torturada, que había sido violada”.

Fue esa noticia la que terminó con la vida de sus abuelos, Miguel Ginder y Catalina Ginder. “Luego de eso, mi abuela empezó a caer en estados depresivos, y un día se levantó, dijo que le dolía el brazo, le dio un infarto y se murió. Y esto lo digo porque yo milito en la Agrupación Hijos de Bahía Blanca, y muchas veces cuando cuestionan el número 30 mil, yo digo, no, no son 30 mil, son más, porque por ejemplo a mi abuela y mi abuelo también los mataron, porque a mi abuelo en 1981 le agarró un cáncer después de todo lo vivido y se murió. Y eran los dos muy jóvenes”, expresó.

Y luego de hacer un recorrido por lo vivido en los años 90 en torno a la impunidad, resaltó las políticas públicas de derechos humanos encaradas a partir del 2003, los juicios en tanto también contribuyen a recabar información nueva sobre lo acontecido a partir de los testimonios, y el trabajo del EAAF que fueron quienes identificaron los restos de Mónica luego de estar 33 años desaparecida, encontrados en una fosa común del cementerio de Avellaneda junto a diez cuerpos más.

***

El segundo testimonio fue de Claudia Inés Favero, quien relató todo lo vivido en torno a su detención cuando tenía 20 años y sus hermanos Luis de 17 y Daniel Omar de 19 y ya no vivía con ellos.

“El 11 de febrero de 1977, un grupo armado, asaltó la casa, rompieron la ventana, los vi llegar, yo estaba sola estudiando y entraron, desarmaron toda la casa, hicieron eso, buscaban a Daniel, y se fueron. Eso fue el 11. Nosotros sabíamos, porque la madre de Mario Mercader, Monona Mercader, muy amiga de la familia, nos había ido a avisar que habían secuestrado a Mario Mercader y a su esposa Anahí Fernández, y nos había dicho que nos fuéramos de la casa. Pero bueno nos quedamos”, comenzó Claudia actualizando una vez más los hechos ocurridos.

Luego de eso relató lo ocurrido al otro día, cuando los represores volvieron a su casa y fueron detenidos con su hermano y secuestrados en febrero de 1977. Allí los interrogaron y torturaron, fueron golpeados con una cachiporra en distintas partes del cuerpo y en las articulaciones, ahogados modo “submarino seco, le llaman, con una goma en la boca y la nariz hasta agotar la respiración. ¿Qué nos preguntaban? Era sobre nuestro hermano Daniel, a los dos. Estaban buscando específicamente a Daniel que era militante de la Juventud Universitaria Peronista. Y no, no sabíamos. En realidad teníamos una cita, esto pasó un sábado y teníamos una cita para el lunes con Daniel. Pero bueno por suerte lo primero que nos preguntamos cuando nos liberaron con Luis, porque no sabíamos qué pasaba con Daniel, era si habíamos dicho lo de la cita y y no, no lo habíamos dicho…De todos modos no sabíamos dónde vivía Daniel porque él ya estaba viviendo en la clandestinidad, con su compañera Paula. Nos preguntaban nombre de guerra y no sabíamos, yo por lo menos no sabía qué me estaban preguntando no tenía en ese momento militancia política y no sabía que existía nombre de guerra. Después nos preguntaban por Severino y Severino, ahí se produce una gran confusión porque Severino era un tío nuestro, el apellido era Severino. Y después nos dimos cuenta cuando salimos que Severino era el nombre de guerra de Daniel. Entonces nosotros decíamos Severino es nuestro tío y bueno, un desastre no, no, no, no podía, es como una pesadilla cuando uno dice: no sé y no te creen. Cuando decís: Severino es mi tío, y bueno, era todo así, era una pesadilla. A veces sueño, mis pesadillas tienen que ver con que no me creen”.

A su vez, describió los lugares donde estuvo detenida, las recomendaciones que le hizo una chica con la que compartió cautiverio, Amalia, que había tenido un bebé hacía poco y que le dijo que no tome agua porque estaba muy golpeada luego de las torturas y pidió que le aflojen las vendas para que le deshinchen las manos y las piernas; cómo en momento pudo ver por debajo de la puerta del calabozo a Mario Mercader, que estaba lastimado cuando se intentó escapar y le habían pegado un tiro en la pierna y la mano y lo estaba curando el Mono, que estudiaba medicina y que luego supo que era el Mono Moncalvillo (Domingo Héctor Moncalvillo, desaparecido el 18 de diciembre de 1976); recordó algunos sobrenombres de los guardias, como a uno que llamaban El lagarto u otro Manolo; cómo escuchaba la voz de su hermano menor, y las nuevas torturas que recibieron con su hermano con picana eléctrica en Arana en las partes íntimas; sobre tres mujeres que estaban embarazadas, una era Adriana Calvo de Laborde, otra Inés Ortega y la tercera una chica joven y muy flaca; sobre cómo los represores iban al Colegio Nacional e interrogaban ahí mismo, y cómo discutió su tia con su padre en torno a si debían o no hacer un habeas corpus, porque su padre creía si avanzaban no los iban a liberar o iba a tener consecuencias irreversibles.

“Allí me habló una chica, Perica, que me dijo que se llamaba…después supe que era Troncoso el apellido, y después supe por una que la conocía que era catequista y era una especie de líder dentro del grupo ese de mujeres que estábamos ahí. Entonces me dijo ahí que me podía bajar la venda, me hizo un nudo corredizo en las en las manos para que me lo aflojara y me lo ajustara si venían los guardias. Lo mismo la venda de los ojos cuando vinieran los guardias, nos bajábamos la venda y nos ajustamos las tiras que teníamos en las muñecas. Y la Perica estaba muy golpeada tenía como blancos de cuero cabelludo sin pelo en la cabeza, pero tenía mucha fortaleza en un momento un guardia que entró ahí, me dijo que yo era muy linda y que me iba a llevar para que le enjabone la espalda. Entonces a mí me dio pudor, me habían pasado de todo eso y la Perica lo increpó y le dijo que me deje de molestar, con una valentía y una fortaleza que me llamó la atención”.

La próxima audiencia quedó programada para el jueves 5 de septiembre a las 11 hs.