Muchas gracias a todos y a todas. Empiezo por expresar mi agradecimiento y también mi admiración —lo tengo que decir— porque hemos participado, en estos años, en varios congresos, foros, encuentros en diferentes municipios de la provincia de Buenos Aires, hemos participado, también, de congresos y encuentros educativos organizados por la Provincia, pero creo que [este congreso] es tremendamente destacable, además de acertado. No se me ocurre nada más oportuno que organizar, desde un municipio, el municipio de San Martín, un Congreso de Educación.
Es el primer Congreso de Educación que se lleva adelante en San Martín, que como municipio, obviamente, está asociado con la industria, con las pymes. Es un distrito con mucha efervescencia productiva, de laburo. También le tengo que agradecer a San Martín que nos lo haya cedido a nuestro ministro de Infraestructura, de Obra Pública, Gabriel Katopodis. Es un distrito que se destaca por el trabajo que se ha hecho en materia de obra pública, por la planificación urbanística, por tantas cosas, por el trabajo en los barrios populares, por cuestiones de seguridad. Pero es un distrito que al encargarse de la organización de un congreso de Educación, también muestra las prioridades de su gobierno ¿no? También muestra las inquietudes, las prioridades de un gobierno y de lo que representa, así como de su comunidad.
Por supuesto que también [quiero] agradecerle a Carlos [Carlos Greco, rector de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM)]. La Universidad de San Martín es una universidad que efectivamente trascendió y desbordó la frontera de San Martín; es hoy un orgullo de la provincia de Buenos Aires, de la Argentina. Es una muestra de todo lo que puede hacer la universidad pública argentina.
Pero vuelvo a la cuestión de la importancia, de lo acertado, lo oportuno de llevar adelante un Congreso de Educación en esta coyuntura y en este contexto. Y quiero seguir elogiando algunas cuestiones que tienen que ver con el Congreso, pero no de zalamero, sino simplemente para destacar algunos elementos que me parecen interesantes, importantes, y que tienen que ver con darle apertura a este Congreso y a esta mesa. Escuchaba con mucha atención cada una de las intervenciones con enfoques distintos, pero que marcan todas una unidad de concepción y que se expresa en un congreso que tiene un acierto en los ejes que se han marcado. En algún momento —desde otras trincheras, la educativa— me tocó organizar jornadas, congresos, y siempre hay que definir no sólo cuál será la idea del Congreso en general, sino también cómo organizarlo y cómo convocar.
Hablaban de la convocatoria; la convocatoria tiene que ver con un interés, pero también con la decisión de estos ejes en los que se organiza, de cuáles son las cuestiones temáticas, y la convocatoria también, no sólo a la concurrencia, sino a lo que creo que es tan importante como eso, que es a la presentación de trabajos, de ponencias, de exposiciones, que le dan sentido y le dan cuerpo y carne al congreso. Yo creo que, en esta coyuntura, tal vez llamar para hablar de educación puede generar un interés y puede generar una convocatoria.
Pero para que sean varias jornadas, para que tenga tanta inscripción, tiene que ver también con lo que se está tratando acá. Hay 6.500 inscriptos, pero solamente en la jornada de mañana habrá 500 expositores que vienen a hablar, que vienen a exponer, que vienen a mostrar, que vienen a reflexionar. Bueno, entonces esto es lo que han armado, no una convocatoria, un flyer o una bandera y un acto, sino un Congreso de Educación, con expositores, con concurrentes, con reflexión, con discusión, con pensamiento, con diagnóstico. Así que eso es lo que quiero marcar. Convocar a una jornada educativa un rato puede andar bien, pero convocar a un congreso es el resultado del interés, del compromiso y del laburo que se ha puesto para hacerlo.
Observaba las mesas y los títulos de las ponencias. Es interesantísimo. Yo creo que es esencial discutir cada una de estas temáticas, cada uno de estos ejes. Sigo con los elogios, pero no para hacer un cumplido, sino porque creo que el nombre “Identidad, Desafíos y Futuro de la Educación”, también es una elección, no se llama simplemente Congreso de Educación, sino que tiene ahí un título más desarrollado.
Esas palabras: identidad, desafíos y futuro de la educación, me permiten decir en la provincia Buenos Aires, en la Argentina, por qué no, porque me comentaba Nancy [Nancy Cappelloni, coordinadora general del evento] que hubo interés y presencia más allá de la frontera de San Martín, y también de la Provincia de Buenos Aires, porque hay expositores de otras provincias, de otros lugares. Así que voy a hablar un poco de identidad, desafíos y futuro. Pero antes de hacerlo, un comentario más sobre la magnitud, sobre la cantidad.
Estábamos hace un tiempito en un teatro en La Plata, también en una apertura a la que me invitaron. Esa era de formación política, un lanzamiento de un curso de formación política, y, también, hubo decenas de miles de inscriptos. Era presencial y a distancia a través de otros dispositivos. Decenas de miles de inscriptos. Números inmensos en un congreso de educación gratuito, pero también no curricular, que no tiene probablemente más retribución que la de asistir, compartir, escuchar, opinar y ejercer ese trabajo colectivo. Bueno, que tenga 6.500 inscriptos a veces sorprende, son números muy grandes y desborda la planificación de la organización. Alojar a 500 expositores simultáneamente es un desafío para la organización, que cuando se publicó, seguramente, pensaba en una dimensión más pequeña.
Quiero referirme a la sorpresa que nos produce que haya tanto interés en la formación política, en un congreso educativo. Y uno lo ve reproducirse sobre varias temáticas, en varios formatos. Por lo menos en la provincia de Buenos Aires hay mucha, pero mucha afluencia de público, mucha inscripción, mucho interés. Y sorprende. Entonces quiero basarme en esa sorpresa, que sé que es una forma de decir y de festejar, y de poner de relieve una convocatoria tan amplia.
Pero quiero hablar de la sorpresa, repito, por los miles y miles de inscriptos en diferentes actividades que son completamente no curriculares, no retribuidas ni remuneradas, es simplemente interesante. Creo que es un congreso donde la inscripción refleja, no solo interés, ni siquiera preocupación, sino también conciencia, una participación más comprometida, compromiso. Finalmente, una palabra que creo que a las experiencias como las que estamos viviendo en la Argentina hoy, y en buena parte del planeta, tenemos que ponerle el verdadero nombre: militancia. Es una expresión de la militancia. En el sentido más genuino, más puro también y despojado de cualquier tipo de estas acusaciones que vuelan, pero también la sorpresa.
Por supuesto que voy a hacer una consideración general porque también ocurrió en ese curso de formación política, ahora en un congreso sobre educación, una inscripción que desborda las expectativas y que sorprende.
¿Cuál es el punto sobre el que quiero llamar la atención? Que a veces de pronto vivimos etapas, momentos, donde se generan determinados climas de época. Y voy a contar una especie de infidencia, que no es tal porque creo que en algún lado ya lo dije. Fuimos convocados los gobernadores de todas las provincias a un encuentro con el presidente de la Nación en la Casa Rosada. Yo no tuve un buen encuentro, tengo que confesarles. No fue bueno para mí, tampoco creo que haya sido bueno para el presidente. Lo cierto es que por un motivo u otro, nunca más me invitaron. Así que yo siempre digo, repito, mi disposición institucional y personal a que cuando a uno lo invitan, uno tiene también una representación y un lugar dentro del esquema formal de la Argentina, así que por supuesto que iría de vuelta.
Pero quiero contar que había una mesa con gobernadores, empezó a hablar el presidente y después pasaba el micrófono entre algunos gobernadores y soplaba un clima de ajuste, soplaba un viento de ajuste. Entonces pasaba el micrófono y alguno decía, “yo voy a recortar tantos ministerios”, por esto del “afuera” que hizo Milei en la campaña; “voy a echar a tantos trabajadores del Estado”; había como eso, y estaba legitimado y convalidado. Como que había, no quiero decir un concurso, una competencia, una subasta, no quiero decir nada de eso, simplemente comento, pasaron muchas otras cosas. Quiero pararme en este punto y tampoco exagerarlo como para que digan “contó Kicillof”, que después me pregunten quién o cuál. Quiero hablar de que en una reunión entre autoridades con mucha responsabilidad, de diferentes jerarquías a nivel de gobierno, era como una puesta en escena de quién hacía el ajuste más profundo.
Por eso digo que de repente se instalan determinados climas de época, que obviamente terminan convalidando y legitimando también determinadas decisiones, determinadas actitudes; y que teóricamente —y a esto voy porque ya empiezo a hablar con respecto a la cantidad de inscriptos de la cuestión de la identidad— esto está permitido, hasta creo que algunos consideran que es exigido, por la sociedad, por el pueblo, por la opinión pública. Lo simplifico más: Milei hizo una campaña hablando del ajuste, gana en el balotaje, entonces hay algunos que piensan que son momentos de ajuste generalizado, indiscriminado incluso. El que no ajusta estaría infringiendo una suerte, no ya de clima de época, opinión general, sino prácticamente como decía imperativo, necesidad, hay que ajustar.
Entonces se impone esa idea, que se impone en el marco de los discursos, en el marco de las ideas y a veces uno dice “de la opinión pública”. Qué sé yo, porque que lo digan mucho en los canales de televisión de determinado sector, no quiere decir que sea la opinión generalizada. Y me atrevo a decir que incluso que lo hayan votado a Milei en el balotaje con su motosierra y hablando de ajuste, no se traduce directa o inmediatamente en que hay que ajustar todo, hay que echar a todo el mundo, hay que cerrar el Estado.
Este es el planteo: cómo se instala que determinadas cuestiones forman parte de una sensibilidad de época, de un clima de época, de convicciones, de novedades, de cambio. Yo me animo a decir: primero, Milei en la campaña habló de mercado de órganos, lo dijo. Habla algún diputado de su espacio político de la no obligatoriedad de la enseñanza, de la educación; o sea, [propone] tirar a la basura la [Ley] 1420, pero [también] tirar a la basura, ya que están, a Sarmiento, a Alberdi, a Roca, a toda la tradición liberal de la que supuestamente ellos se nutren. Entonces quería tomar este punto que tiene que ver con esos discursos que se instalan, esas opiniones que se tratan de hacer pasar por la opinión general y luego que se convierten en mandatos, en imperativos bastante extraños, bastantes novedosos, pero estoy convencido de que están equivocados. Y sobre eso quería llamar la atención. Qué pasa si la conciencia, y digo más que eso, si el sentimiento de nuestra sociedad, de nuestro pueblo no es ese.
Y, entonces, hay gente diciendo “bueno, llegó el momento donde todo el mundo está de acuerdo con que hay que ajustar”. Entonces podemos seguir, como Milei planteó la dolarización, hay que ceder la soberanía monetaria, como en la campaña alguno tiró barbaridad tras barbaridad. Entonces yo me permito cuestionarlo, y cuestionarme también, a veces, la instalación de esos supuestos consensos de época como si fueran verdades, [por]que luego generan conductas. A ver si todo esto no es una gran estafa, a ver si no es una enorme curva que se están comiendo algunos dirigentes políticos, algunas representaciones, que dicen “bueno, ahora todo el mundo quiere que…”. Creo que es más difícil, más complejo y más sofisticado el asunto. Yo, con la misma legitimidad, puedo decir que en la provincia de Buenos Aires hubo una elección al mismo tiempo, prácticamente, donde no es que no dijimos eso, sino que dijimos lo contrario.
Cuando Alberto [Alberto Sileoni, director general de Cultura y Educación] hablaba de que hay una legitimidad, hay un acompañamiento o un mandato, es porque nosotros también fuimos a elecciones y no salimos de un canal de televisión, de una mesa de panelistas, de Facebook o de Twitter, sino que lo hicimos después de 4 años de ejercer el gobierno de la provincia de Buenos Aires con determinados principios, con determinados valores, con determinadas banderas. Recorrimos toda la provincia, la provincia más grande del país, diciendo que veníamos acá a hacer lo contrario, que nos votaran no para achicar el Estado, sino para llegar con más salud, con más educación, con más seguridad, con más trabajo, con más producción.
Entonces, ojo al piojo con lo de los climas de época, con lo de los consensos colectivos, con lo de la opinión pública. Y agrego más: estoy convencido de que el voto a Milei no tuvo el contenido de avalar, de convalidar toda la sarta de barbaridades, de sonseras que se dijeron en esa campaña electoral, incluso las que dijo el propio Milei. Estoy convencido, y no lo quiero decir de manera denigrante, lo digo simplemente de manera defensiva. A mí no me parece que nuestro pueblo, que nuestra sociedad haya modificado su estructura de sentimientos, sus convicciones, sus formas de vínculo, su forma de vida, de convivencia y, menos todavía, de sus sueños y sus anhelos porque en un balotaje haya ganado Milei, o porque se haya dado una campaña electoral.
Algunas aclaraciones —porque después me andan mirando con el microscopio para sacar de contexto— esto no le resta legitimidad de origen al gobierno de Milei, pero doy algunos ejemplos: Milei dijo que iba a ajustar, pero dijo que iba a hacer un ajuste distinto a todos los que conocimos hasta ahora. Porque los que vivimos medio siglo, tenemos una historia de ajuste; cuando dicen “el ajuste”, no significa que apareció un pensamiento económico, brillante, novedoso y original, y nos vinieron con la panacea. La sociedad argentina tiene una larga historia de ajustes, de sacrificios y de frustraciones por esos ajustes y esos sacrificios. Así que empiezo por ahí: cuando le piden un sacrificio más al pueblo argentino, advierto, es un sacrificio inútil, es para que se enriquezcan unos pocos a costa de otros vivos que se llenan los bolsillos. Es inútil porque es la misma retórica de los ajustes, pero Milei dijo “este ajuste es nuevo”.
Llamo la atención sobre esto porque dijo “por primera vez va a haber un ajuste dirigido quirúrgicamente, científicamente, específicamente a un solo sector”, al que definió como casta, clase política. Así que pidió el voto para ajustar, pero para ajustar a un sector, del que —yo estoy convencido— la mayoría de los votantes de Milei tenía la certeza de no pertenecer a ese sector que iba a ser objeto del ajuste. O sea, que sí se lo votó para ajustar a otros, y más específicamente a un sector que imprecisa y vagamente —me parece a mí— se definió como la casta. Pero digo esto porque después eso se interpretó como que el voto a Milei, que era un voto con una motosierra, le daba la legitimidad para bajar las jubilaciones, le daba la legitimidad para ir por el cierre del sistema científico tecnológico, le daba la legitimidad para ajustarle un 50 por ciento al salario docente, porque como andaba con una motosierra, entonces todos entendieron que era contra la cabeza de los maestros y las maestras, de los y las docentes, de los jubilados y las jubiladas, y lo votaron para eso.
Mentira, estafa electoral. No, señor, el ajuste de Milei no era un ajuste para los jubilados y las jubiladas, para los y las laburantes, para las familias humildes, ni para la clase media, ni para las pymes, ni para las universidades. Miente y estafa cuando ajusta a esos sectores, porque además parece que entonces el clima de época, la opinión pública, el nuevo consenso de los argentinos y las argentinas, la sociedad argentina resulta que ahora no valora, no aprecia, no admira ni a sus científicos, ni a los maestros y las maestras, ni a los y las artistas, ni a los empresarios ni a las empresarias de nuestras pymes productivas, ni a los y las laburantes. No admira todo eso, ahora admira, qué sé yo, a un economista austríaco muerto hace 200 años.
Y la verdad que yo lo digo así, de esta manera, porque me parece que corremos un riesgo. Un riesgo que tiene que ver con creernos —tal vez por el bombardeo permanente, tal vez por el trabajo que hay a través de diferentes medios de comunicación y forma de llegada— que esto que se expresa desde el Gobierno [nacional] coincide con la sensibilidad, con los afectos. Yo no conozco a ningún argentino o argentina, fuera de Milei, que diga “Yo lo que quiero es en 35 años ser igual que Irlanda”. No conozco a ninguno, como no conozco a ninguno que diga “El paraíso perdido que tenemos es el modelo agroexportador y quiero volver a la Argentina del año 1882”.
No conozco a ninguno. Y me parece que es trivial, y cuando uno lo dice casi parece una verdad evidente, pero, sin embargo, corremos el riesgo de que a fuerza de machacar, a fuerza de que determinados sectores de los medios de comunicación, e incluso de la dirigencia, dejen pasar estas cosas, casi parezca que las acompañen, la legitimen y hasta la repitan, entonces creamos que eso es lo que representa a nuestra sociedad, a nuestro pueblo, a nuestros barrios, a nuestros municipios, a nuestra provincia, y no es así. Acá voy a ser terminante: es mentira. Es mentira. No es cierto que de un día para el otro porque apareció Milei o porque apareció este discurso, o porque tienen trolls, o porque aparece en TikTok, nuestra sociedad mayoritariamente crea que no hace falta educación pública, gratuita, obligatoria. No es cierto que crea que la universidad tiene que ser arancelada. No es cierto que crea que hay que ir al sistema de váucheres.
No es cierto que crea mayoritaria, universal o unánimemente que haya que dolarizar y perder la moneda. No es cierto. Tiene dificultades, sí; tiene problemas, sí; tiene angustia, tiene malestar, tiene enojos, tiene bronca, pero no cree esto. No compró ese paquete y, menos todavía, no cambió algo que es resultado, que son marca registrada de la Argentina: la universidad pública, la industria nacional, la soberanía, las Malvinas. Son cosas que yo las menciono en un discurso, las menciono en cualquier parte de la provincia de Buenos Aires, y ante cualquier auditorio, y estoy convencido, estoy seguro de que son los valores que sigue teniendo nuestro pueblo, y que no está de acuerdo cuando la derecha —en cualquiera de sus versiones, aún en esta estrafalaria, bizarra, extraña— ataca a la escuela pública. Lo hizo el gobierno que nos precedió, que empezó a decir que los pobres, o los sectores populares, los y las laburantes no llegaban a la universidad. En aquel momento, lo dijo [Vidal] en el Rotary Club.
Después Macri dijo “¿Para qué abrieron tantas universidades en el conurbano?”. Veníamos de eso. Hoy hay una versión disparatada, donde dicen “Todo lo vamos a arreglar con váucheres”. Disparate insostenible, que si tuviera enfrente a algún comunicador o a algún dirigente que le pueda dar la discusión, le respondería. Por eso nunca van a los lugares donde pueden aparecer esas discusiones, [porque] es todo insostenible lo que están diciendo.
Ahora, a lo de la dolarización, le bajó el pulgar Estados Unidos, el FMI, el mercado, pero ni siquiera hay un saldo de estos cambios. Pero, repito esto porque tiene que ver con nuestra identidad, por eso veo acertada la palabra identidad:la educación pública forma parte de la identidad de la Argentina, pero además creó, produjo y formó esa identidad, es una relación mutua. No es que los argentinos y las argentinas valoramos a la educación pública, gratuita, obligatoria, es más, nos hace valorar a Sarmiento con todas las diferencias que podemos tener en su acción política, en sus convicciones, en sus ideas. Pero esto lo valoramos incluso los que estamos —salvando las distancias y pasando por encima del tiempo— en otra vereda en el terreno de proyecto de país. Bueno, esto se lo valoramos a los liberales clásicos de la Argentina.
Nuestra identidad es valorar la educación. Son las dos cosas a la vez: es la educación la que formó nuestra identidad, es una simbiosis, es lo mismo. Por eso, yo no tengo ninguna duda: pueden venir con discursos de odio, con discurso denigrantes, con la Escuela de Chicago, con la Escuela Austríaca, con el anarcocapitalismo, pero a nuestro pueblo no le van a sacar de la cabeza, y no le van a sacar, sobre todo, del corazón, lo que siente por su escuela.
Entonces ahí hay un riesgo de comerse la curva, de pensar que porque hoy está este Gobierno nacional, entonces lo que hasta hace poco era una certeza, [en la que] creíamos, era una convicción, era seguro, era territorio firme, se desvaneció. Entonces hay, como a mí me gusta decir, una suerte de estas ideas extrañas, extrañas al ser nacional, extrañas a nuestra cultura, a nuestra tradición, ahora se enseñorean y han cambiado todo, y entonces nadie piensa lo que pensaba antes. No es así. Y el riesgo de creer que estos discursos penetraron, modificaron y ahora todos desconfían de absolutamente todo, y descreen de todo lo que hasta hace poquito creían, puede llevarnos al error. A un error en la acción.
Les cuento un episodio de esa reunión con Milei. Yo dije que no iba a cerrar ningún ministerio y que no me iba a poner a echar gente, porque era decir que lo que hicimos antes estaba todo mal, era una locura. Que no quiere decir que no podemos mejorar tal cosa o tal otra, pero si sobraban 10 ministerios, 5 ministerios, 7 ministerios, ¿para qué los teníamos? Bueno, a nosotros no nos sobra ni el Ministerio de las Mujeres, ni el Ministerio de Ambiente, menos todavía el de Salud, el de Educación, menos el de Desarrollo Social. No nos sobran. Ni nos sobran maestros, ni maestras, ni nos sobran enfermeras, ni enfermeros, ni nos sobran policías. No nos sobran, nos faltan. Nos faltan.
Entonces, y lo digo también con datos, la provincia de Buenos Aires es la que menos trabajadores y trabajadoras del Estado tiene cada mil habitantes o por habitante, como quieran medir. Es la que menos tiene, es la que menos gasta. Es la que menos gasta por habitante, la que menos recursos tiene por habitantes de toda la Argentina, la provincia de Buenos Aires. Así que el ajuste, de la General Paz para allá, para donde quieran, pero en la Provincia no podemos darnos el lujo.
Y obviamente que es difícil y complicado, pero tiene que ver con este primer eje: la identidad. Nosotros venimos trabajando muy fuerte sobre la identidad de la provincia de Buenos Aires. Les cuento una suerte de experimento, también sorpresa para mí, de cuando recorría la provincia en campaña. Uno habla de ciertas cosas y sabe que pueden arrancar un aplauso, un acompañamiento, uno sabe qué cosas tocan una fibra. Bueno, a mí me pasó y me sorprendió porque la provincia de Buenos Aires tiene bastantes particularidades con respecto a otras provincias, a otros territorios, a otros espacios, tiene su dimensión, tiene su diversidad, tiene su extensión, tiene su heterogeneidad, tiene su vastedad.
Es una provincia bastante particular, es medio país, prácticamente. Y en la provincia de Buenos Aires pasa algo que no pasa en otras provincias, que es lo que sucede cuando alguien traspone la frontera, sale del territorio provincial. Alguien de Entre Ríos dice “Yo soy de Gualeguaychú”, y capaz que tiene incluso alguna pica con alguna otra ciudad, alguna otra localidad, esas cosas folclóricas que pasan, pero sale de ahí y dice: “Soy entrerriano”. Uno que sale de Córdoba, dice que es cordobés. Pero hay una identidad de otras provincias. En la provincia de Buenos Aires —algo que nosotros veíamos como una problemática, una falencia, un desafío, digamos, y un proyecto también— la identidad está más desdibujada. Raro que alguien diga: “Soy bonaerense”.
Y tiene muchísimas explicaciones que se podrían dar, pero lo dejamos para otra exposición. Lo que quiero decir es que tomamos la cuestión de la identidad y de la integración de la Provincia, que está asociado con la identidad, porque si la provincia es fragmentaria, diversa, no está conectada, no se comprende cuál es su unicidad también, bueno, difícil hablar de la identidad porque tendrá varias identidades. Y lo de la identidad, también, es una identidad construida de una diversidad de identidades, pero que tienen elementos comunes. O sea, que me gusta lo de identidad porque nosotros venimos insistiendo sobre la cuestión de la identidad. Y lo decíamos para la provincia de Buenos Aires por su historia, por sus peculiaridades, por varias cosas, es un eje que venimos trabajando.
Y a mí me sorprendió que en varias de estas intervenciones, en plazas, en cualquier lado empezaba a hablar de tal cosa, tal otra, surgía un aplauso, y de repente planteé la cuestión de la identidad y en la provincia de Buenos Aires, en todos lados, surgió un aplauso; es decir que eso expresaba una vacancia, ¿no?, una necesidad, algo que faltaba. Entonces venimos trabajando el tema de la identidad de la provincia de Buenos Aires.
Hago este comentario para hablar ahora del país. ¿Qué problema estamos teniendo? Que estos ataques con ideas extrañas, estrafalarias, aparentemente novedosas, pero que al final escondían lo de siempre: el ajuste de siempre, la flexibilización laboral de siempre, la desindustrialización de siempre. Al final era lo de siempre, hasta los mismos de siempre, porque no está Lemoine en Seguridad, está Patricia Bullrich; no está Marra en Economía, está el Toto Caputo; en reforma del Estado no está Bertie, está Sturzenegger. Así que otra estafa electoral que hay que dejar en claro; Milei dijo “No se puede hacer algo distinto con los mismos de siempre”. A confesión de parte, relevo de prueba.
Son los mismos factores de poder que gobernaron con Macri, los mismos sectores extranjeros, nacionales, que vuelven a gobernar el país con Milei como fronting. Y esto se nota cada vez más, pero ¿qué quiero decir de esto de la identidad? Que ahora también hay un problema con la cuestión nacional porque hay, prácticamente, un proyecto de disolución nacional. Esto lo dijimos en el discurso, cuando asumimos este nuevo mandato, que hay un proyecto de disolución nacional, y que no es la primera vez que aparece. No en vano estamos discutiendo de nuevo polémicas que parecían ya superadas o trilladas como el tema Unitarios-Federales. Y esto es porque nos traen vino viejo en vasija nueva o casi diría en tetrabrick, ¿no?, porque esto no llega a vasija.
Pero lo que me parece es que estas discusiones que surgen de nuevo, ponen en cuestión la identidad nacional, no tengo ninguna duda. ¿Y cuáles son los factores aglutinantes, las ideas fuerza, las banderas que conforman la identidad nacional? Está en juego y está en discusión, por eso agrego a lo que venía diciendo antes, no se crea nadie —y lo demuestra la inscripción a este Congreso, lo demuestra el interés que encontramos en todos lados— que ya está, que ya fue, que se bajó la bandera, que se bajaron los brazos, que hay resignación, que hay desinterés.
Al revés, yo creo que si algo deja de bueno, es que nos da la oportunidad de discutir de nuevo a fondo, de reflexionar y de reafirmar algunos elementos de la identidad nacional, de la identidad, por supuesto, provincial, y también de la identidad política, algunas cosas que, tal vez, porque creíamos ya tan claramente establecidas, tan sólidas, no se volvían a discutir. Así que bienvenido, vamos a discutir de nuevo: el pueblo argentino defiende las Malvinas y está contra Thatcher; el pueblo argentino no quiere privatizar ni vender la universidad, quiere la universidad pública y gratuita; el pueblo argentino quiere industria nacional, no quiere rifar la producción local; el pueblo argentino quiere trabajo con sueldos, con derechos; el pueblo argentino quiere ciencia propia nacional y soberana; el pueblo argentino valora lo que algunos llaman igualdad y a mí me gusta llamar todavía justicia social.
Por eso, me parece que rediscutir de nuevo si queremos volver al modelo agroexportador, si queremos ser Irlanda; rediscutir de nuevo si tenemos y para qué sirve la moneda, está bien, bienvenidas [esas discusiones]. Evidentemente hacen falta, hay que profundizar, hay que comunicar mejor; probablemente por las nuevas tecnologías, los nuevos modos de comunicación, de interacción social, haya que comunicar también distinto. Son desafíos de esta época que, si nos permiten redescubrir, reflexionar y reafirmar la identidad, es algo positivo, ¿por qué es positivo?
Para la última de las palabritas: para el futuro. Es positivo para el futuro porque lo que queda claro acá es que nosotros tenemos que establecer que los que están contra la escuela pública, que los que están contra la soberanía nacional, que los que están contra la justicia social, no representan a los argentinos y a las argentinas; pueden haber ganado una elección, pero no representan a la mayoría del pueblo argentino y esa es la discusión que tenemos que dar y tenemos que encontrarle el tono, la forma, el canal, el modo, pero hay que dar esa discusión porque es un tema de legitimidad. Y repito: no vengo a votar una discusión ni de sociología política o electoral, vengo a decir simplemente esto que tiene que ver con los desafíos, la segunda palabrita [del nombre del congreso].
La segunda palabrita: desafíos, me parece algo central, discutir los desafíos, porque es un imperativo que tenemos en la Provincia de Buenos Aires. A nosotros siempre nos gusta contar que cuando recibimos la Provincia, teníamos destruida la infraestructura escolar, teníamos destruido el salario docente, teníamos destruida también la autoestima del sistema o muy atacada, cuestionada… Y entonces había que iniciar un proceso de reconstrucción, que yo decía que la reconstrucción era una etapa, no por una cuestión de secuencialidad, sino por una cuestión de decir que si están rotas todas las escuelas, hay que arreglar todas las escuelas. Obviamente que esto tuvo episodios tremendos como los de Sandra y Rubén, pero eso fue un botón de muestra de una situación, de un abandono, de despojo, de una verdadera desinversión esencial en nuestra infraestructura escolar. Había que reconstruirla.
Cuando cuenta el intendente, Fernando [Fernando Moreira, intendente de San Martín], que acá se hicieron nuevas escuelas y no se hacían hace un montón de tiempo, yo digo que nosotros nos propusimos reconstruir el sistema educativo: un elemento fue la infraestructura escolar, y se trataba de arreglar las escuelas. El problema que teníamos era que el sistema mismo, el gobierno, no sabía cuál era el estado de la infraestructura escolar. Tuvimos que hacer un censo para conocer el estado de los edificios. ¿Por qué? Porque si los gobiernos, o, particularmente, el último gobierno, el anterior al nuestro, no pensaba invertir un mango, mejor ni saber adónde había que haberlo invertido.
Entonces ni siquiera estaba el conocimiento y la información, entonces hubo que hacer un censo de la infraestructura escolar. ¿Y qué nos dio ese censo? Que había que hacer inversiones, pero que algunas tenían que ver con el riesgo de vida que había en las escuelas, lo que tiene que ver con el gas, con la electricidad, con la mampostería. Había escuelas en condiciones deplorables donde no se podía laburar, no se podía ir a estudiar. Entonces ese era un paso. Y largamos el programa Escuelas a la Obra, que se dedicó, justamente, a resolver los problemas de infraestructura escolar en toda la provincia de Buenos Aires, en conjunto con los distritos. Bueno, 7.800 obras terminadas en todas las escuelas de la provincia de Buenos Aires, 227 nuevas escuelas, ampliación del sistema educativo, 500 escuelas hechas de cero porque estaban destruidas, 1.000 aulas nuevas. Esto fue un trabajo de reconstrucción, reconstruir el salario docente, reconstruir la carrera docente, pero después como bien lo dijo Alberto, transformar, mejorar.
Y acá está un punto que a mí me parece central, porque también nos meten en falsos dilemas o falsas disyuntivas, nos dicen que la educación pública tiene problemas, ¿no? Hay problemas, hay problemas tanto en la calidad educativa, en la lectocomprensión, hay problemas…. Obviamente, a mí me gusta plantearlo varias veces porque esos problemas, la gran mayoría de esos problemas, tienen una fuente que es el desfinanciamiento del sistema educativo por gobiernos como los de Vidal y Macri, como el actual [Gobierno nacional], como tantos gobiernos que desfinanciaron al sistema educativo. Eso genera un deterioro y después vienen los mismos tipos y te dicen “Che, que mal que está la escuela”.
Claro, la destruiste vos al desinvertir en la educación. Claro, la abandonaste vos con un proyecto privatizador. Nunca te ocupaste. Pero ¿cuál es el problema? Ven el diagnóstico como si vinieran de Marte y dicen: “¿Qué hay que hacer? Cerrarla, anda mal. Privatizarla, venderla, arancelarla”. Resultado de esas políticas de falta de financiamiento. Entonces, yo entiendo que en el dilema que nos ponen es que ante un ataque tan despiadado y tan falaz, tan mentiroso, tan falso, y bueno, nosotros quedamos del lado de la defensa de la educación pública, por supuesto y, obviamente, pero hay una dificultad ahí que me parece que este Congreso es un aporte enorme, inmenso, una dificultad ahí porque pareciera que al defender la escuela pública, la universidad pública, el sistema… uno está diciendo que está perfecto como está.
Entonces nos meten en un dilema, nos meten en una trampa. Porque ellos atacan para cerrarlo y destruirlo, desfinancian, no se hacen cargo y luego vienen y dicen “Miren todos los problemas que hay”. Y concluyen: “No anda, no funciona. Erradíquese”. Y nosotros nos quedamos defendiendo, porque ante tamaño ataque y tamaña mentira, estamos defendiendo. Pero creo que acá hay un problema y un tema que parece sutil, pero que es central, que es cómo defender el sistema público. Defender el sistema público no implica decir que está perfecto, porque ahí caemos en la trampa. Porque te dicen “Vos defendes la escuela pública, y ves ahí una escuela en La Plata que no le anda la calefacción, se están cagando de frío los pibes. ¿Cómo lo vas a defender?”.
O dicen: “En las pruebas da mal tal cosa, entonces ¿cómo lo vas a defender?”. Y parece una guerra de trinchera a trinchera, absolutamente insensata, simplificada, y, por lo tanto, falsa, entre los que dicen que hay que tirar todo a la basura y los que dicen que hay que dejar todo como está. Y ahí quiero salirme de ese corsé porque es falso. Lo decía Alberto recién: nosotros defendemos la escuela pública, nosotros defendemos la universidad pública, nosotros defendemos la educación pública. ¿Y qué es defenderla? Mejorarla, transformarla, reflexionar, pensar, revolucionarla. Eso es defenderla, porque si no quedamos del lado de los conservadores, y los más reaccionarios y conservadores nos ponen a nosotros del lado de los insensatos, los que estúpidamente decimos que está todo bien, cuando sabemos que no está todo bien.
Pero ahí viene cómo transformarla. Y bueno, no se puede transformar lo que no se conoce. Entonces viene un tipo y dice lo transformamos con váucheres. Ni sabes de qué estás hablando. Por eso, pero si hay que transformarla, hay que conocerla, y no es poco ni es menor. Requiere un trabajo de reflexión, de compartir experiencias, de compartir conocimiento, de compartir conceptos, de diagnosticar, de comprender, de estudiar, de reflexionar, de compartir.
Entonces, ¿cómo transformarla? Primero conociéndola mejor, y estos encuentros donde se toman todas estas temáticas, donde aparecen las experiencias, donde se habla de esto son fundamentales para transformarla. Son el insumo central de ese proceso de transformación: conocer. No se puede transformar lo que no se conoce.
Segundo: no existe transformar desde afuera. Desde afuera, con el serrucho, con el martillo, con la motosierra, aún el mejor, la mejor propuesta de renovación, de modificación, si viene desde afuera y viene desde arriba, les aseguro que no sirve. No sirve. No va nunca al tuétano, no cambia conductas, no cambia actitudes, no cambia hábitos, no cambia relaciones, no cambia, no va. No va a funcionar aunque venga un experto internacional y diga “Che, ahora hay que hacer esto”, no va a funcionar. No es así. Ningún proceso de transformación profunda, real, que sea una transformación que conserva lo bueno, modifica lo que hay que cambiar, modifica lo malo. Entonces, yo creo que hay un elemento central para la transformación que es el conocimiento, la comprensión, el diagnóstico del sistema.
Pero hay otro elemento que es que para que la transformación funcione, para que pase, y para que sea una transformación que mejora, tiene que ser desde adentro, y para que sea desde adentro tiene que involucrar a los actores, a los y las protagonistas del sistema educativo. No se puede hacer una transformación extrínseca, externa que venga como una imposición y desde arriba. Así que lo digo de otra manera, transformar se hace desde abajo y desde adentro. No desde arriba y desde afuera. Así que los agentes de esa transformación tienen que ser los propios protagonistas del sistema educativo. Por eso, cuando dicen “vamos a transformar y eso lo hacemos castigando a los docentes, denigrándolos, despreciándolos”, no va a pasar nada. Lo único que van a lograr ahí es destruir. Además de que lo que traen es malo, no va a pasar.
Entonces, creo que hay un proceso en curso en la educación pública, en la escuela de la provincia de Buenos Aires, que tiene que ver con una transformación que es mucho más compleja, mucho más ardua, mucho más laboriosa porque es una transformación que implica planificar no en tres días, no es una solución mágica, sino que es a largo, a mediano plazo, que es permanente, que es cotidiana, que diaria, que tiene que entrar hasta el último pliego de la práctica vigente para que transforme en serio. Es una transformación que no pretende venir con la verdad, sino que aprende del proceso de transformación y se modifica en sí misma. Eso quiere decir que es una transformación participativa, que es una transformación democrática y que es una transformación que involucra a todo el sistema educativo.
No es una ley, no es un decreto, no viene de afuera, no viene de arriba, no viene de expertos que no conocen lo que realmente pasa todos los días en nuestras aulas: tiene que venir de adentro. Y ese cambio es un cambio que tiene que ver con conductas, que tiene que ver con currículums, que tiene que ver con regímenes, que tiene que ver con los indicadores cualitativos, edilicios, con la forma de aprendizaje, con todo eso. Pero, sobre todo, tiene que ver con transformar a la escuela porque la queremos, porque está hecho desde los que la quieren, de los que quieren y respetan a sus docentes, a sus auxiliares, a las familias, a los pibes, a las pibas, a los directivos, a los inspectores, a las inspectoras, a todo lo que conforman nuestro sistema educativo. No se puede transformar lo que no se conoce, menos se puede transformar lo que no se quiere y no se ama. No se transforma de esa manera, de esa manera se destruye.
Entonces, los desafíos son los que tenemos por delante. La propia Vidal después reconoció que su principal error de gobierno —creo que es el único que reconoció, pero bueno, es un principio— fue atacar al sistema educativo, a los y las docentes, a quienes quería reemplazar por un voluntariado. Bueno, cualquier insensatez, pero reconoció que eso no se puede hacer. Ahora tenemos un ataque redoblado. Va a salir mal, les va a salir mal. No es lo que ocurre, no es lo que pasa, no en la realidad y lo hemos visto en toda la provincia de Buenos Aires. Hay quejas, hay reproches, hay críticas, hay enojos, hay carencias, hay deudas, por supuesto, pero no hay desprecio por la escuela. No hay falta de respeto por la escuela. No lo hay. No es un sentimiento que exista de manera generalizada, de manera masiva, de manera mayoritaria, seguro. Creo que si lo hay, es menor, es pequeño, es minúsculo. Entonces no es así, no es lo que está pasando. Está pasando otra cosa.
Ahora, ¿qué respuesta tenemos que dar? Reconocer lo que falta, y acá se hablaba sobre el futuro. El futuro no está escrito, nadie tiene la bola de cristal dice alguno, pero es que no está escrito. Muchos preguntan qué va a pasar, cómo va a ser, cuánto cómo va a seguir; preguntan todo eso. Bueno, ¿cuál es mi respuesta? No está escrito. No es que yo no lo comprenda, no lo sepa, no lo vea o no lo pueda imaginar, es que no está escrito. Porque pensar que está escrito, es una convocatoria a la inacción, a la desorganización, a la desmovilización y, finalmente, al egoísmo, al individualismo.
Entonces, ¿cuál es mi respuesta y mi reflexión sobre lo que se trata en este Congreso? Que el futuro no está escrito; que sí, que puede ser muy malo, pero también puede ser muy bueno. ¿Qué problema tenemos cuando te dicen qué va a pasar? ¿Qué problema intrínseco hay en la pregunta? Que lo que va a pasar no es algo que dependa de un saber o de una idea en base a un conocimiento o una ciencia, es otra cosa. Lo que va a pasar en la Argentina, lo que va a pasar con este Gobierno nacional, lo que va a pasar políticamente, lo que va a pasar económica, productiva y socialmente, es y va a ser producto de una construcción social.
Es nuestra responsabilidad, no viene de afuera, no está escrito por Nostradamus. No está escrito, lo tenemos que construir, es mucho más difícil. La dificultad no es saber qué es lo que va a pasar porque uno conoce, comprende o ve lejos, no es esa la dificultad. La dificultad es cómo contribuimos cada uno de nosotros a la construcción de ese porvenir, cómo construimos ese porvenir, por eso hay que saber para dónde queremos ir y ponerse hoy, ya mismo, a resistir a los y las que quieren destruir ese rumbo y a construir ese futuro. Ese es el punto: construir ese futuro, saber para dónde queremos ir, estar convencidos, pelear por eso, organizar y construirlo.
Así que, de nuevo, nada más que palabras de agradecimiento por este congreso; que lo arme un municipio, que ponga este esfuerzo, este trabajo, esta elaboración para mí es tremendamente importante. Compartimos con San Martín —que viene haciéndolo hace más tiempo que nosotros— esa prioridad por la educación, por la escuela pública, con ese cariño, ese amor. Participé de una jornada antes del comienzo de clases, donde estaba toda la comunidad mejorando las escuelas. Creo que es por ahí. Bueno, este Congreso va a traer aportes centrales para nosotros precisamente para ver bien dónde estamos parados y, sobre todo, para saber hacia dónde queremos caminar. Cuente conmigo.
Muchas gracias.